7.19.2011

E & E & Exhibiciones





Yo la conocí en el bar West End unas noches después de que la soltaran del convento. Al ser la más joven, fue la última hermana que soltaron. Sencillamente entró y se sentó a mi lado. Yo quizá sea el hombre más feo de la ciudad, y puede que esto tuviese algo que ver con el asunto.


—¿Tomas algo? —pregunté.


—Claro, ¿por qué no?


No creo que hubiese nada especial en nuestra conversación esa noche, era sólo el sentimiento que Cass transmitía. Me había elegido y no había más. Ninguna presión. Le gustó la bebida y bebió mucho.No parecía tener la edad, pero de todos modos le sirvieron. Quizás hubiese falsificado el carnet de identidad, no sé. En fin, lo cierto es que cada vez que volvía del inodoro y se sentaba a mi lado yo sentía cierto orgullo. No sólo era la mujer más bella de la ciudad, sino también una de las más bellas que yo había visto en mi vida. Le eché el brazo a la cintura y la besé una vez.


—¿Crees que soy bonita? —preguntó.


—Sí, desde luego. Pero hay algo más, algo más que tu apariencia. 


—La gente anda siempre acusándome de ser bonita. ¿Crees de veras que soy bonita?


—Bonita no es la palabra, no te hace justicia.


Buscó en su bolso. Creí que buscaba el pañuelo. Sacó un alfiler de sombrero muy largo. Antes de que pudiese impedírselo, se había atravesado la nariz con él, de lado a lado, justo sobre las ventanillas. Sentí repugnancia y horror.


Ella me miró y se echó a reír.




—¿Crees ahora que soy bonita? ¿Qué piensas ahora, eh?


Saqué el alfiler y puse mi pañuelo sobre la herida. Algunas personas, incluido el encargado, habían observado la escena. El encargado se acercó.


—Mira —dijo a Cass—, si vuelves a hacer eso te echo. Aquí no necesitamos tus exhibiciones.


—¡Vete a la mierda, amigo! —dijo ella.


—Será mejor que la controles —me dijo el encargado.


—No te preocupes —dije yo.


—Es mi nariz —dijo Cass—, puedo hacer lo que quiera con ella.


—No —dije—, a mí me duele.


—¿Quieres decir que te duele a ti cuando me clavo un alfiler en la nariz?


—Sí, me duele, de veras.


—De acuerdo, no lo volveré a hacer. Animo.




Me besó, pero como riéndose un poco en medio del beso y sin soltar el pañuelo de la nariz. Cuando cerraron nos fuimos a donde yo vivía. Tenía un poco de cerveza y nos sentamos a charlar. Fue entonces cuando pude apreciar que era una persona que rebosaba bondad y cariño. Se entregaba sin saberlo. Al mismo tiempo, retrocedía a zonas de descontrol e incoherencia. Esquizoide. Unaesquizo hermosa y espiritual.
Quizás algún hombre, algo, acabase destruyéndola para siempre. Esperaba no ser yo.


Nos fuimos a la cama y cuando apagué las luces me preguntó:


—¿Cuándo quieres hacerlo, ahora o por la mañana?

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